viernes, 26 de noviembre de 2010

Larvas.

Soy un ser terriblemente apocado, ni decir tiene que en ningún momento se me ha pasado por la cabeza la descabellada idea de relataros mis problemas, simplemente porque os creo incapaces de comprenderlos, y, en caso de hacerlo, sobrellevarlos.
De hecho creo que ha sido un tremendo error comenzar a escribir, pero es pura dejadez, aunque suene paradójico, lo que me obliga a continuar.
Mis demonios son muchos, innumerables; reconozco, no sin cierto pesar, que carezco de la imaginación suficiente como para nombrar a todos y cada uno de ellos.
Confieso haber quedado reducido a un gusano, un gusano diminuto y execrable, si bien lo peor de todo es que soy consciente de mi propia, a la par que autoinducida, depravación. ¡Y no piensen ni por un instante que no me maldigo por ello!, recuerdo con cierta agonía que cuando era joven aún, lo único que deseaba, ferozmente, era conocerme. Ahora lo que padezco es una tremenda envidia hacia aquel pensativo e ingenuo muchacho sumido en una crisis adolescente.
Porque créanme cuando les digo que es infinitamente más sencillo crear una máscara que disimule la propia fealdad a partir desconocimiento de uno mismo que de la certeza del esperpento que subyace. Y ahora mi propia pusilanimidad me lo impide, mi máscara se agrieta, pero ya ni siquiera me importa. Cuando asevero que sólo continúo en el mundo por inercia vital, por apatía incluso hacia el morir, ¿hay algo más vil acaso?
No obstante, permítanme recordarles que no estoy aquí para ser juzgado, ni ustedes para hacer de jueces, por tanto les rogaría se abstuvieran de contestar a mi última pregunta, no les corresponde hacerlo.

1 comentario:

  1. Los monstruos nacen del miedo y el dolor y sus cadenas se rompen con la facilidad de un adios. La muerte brota de todas las fuentes.

    ResponderEliminar