Imprecaciones, a todas horas, que no han hecho más que ir transformándome en lo que soy.
Intento volcar en este papel rabiosamente todas las ideas que en este momento revolotean molestamente en el interior de mi cabeza, y de mi vida.
Lo único que realmente deseo es irlas cogiendo y clavando aqui, con palabras como alfileres.
Pugno además por hacerlo de manera lenta y agónica, con ademanes exagerados, fluidos y certeros.
Y es que no tenéis ni idea de lo que supone ser yo, si bien sé que no por falta de intención.
Es extenuante vigilaros a todas horas para que no logréis quebrantar mi barrera de seguridad e inmiscuiros en mis pensamientos. De todas formas eso se acabó, estoy exhausto, y para bien o para mal verteré mi enfermedad sobre este mugriento trozo de papel, con que ya podéis regodearos en vuestra victoria de ineptitud.
No imagináis hasta que punto es ominoso y execrable el no sentir. Os lo digo a vosotros, que un mal día lo cambiaríais todo, hasta vuestra alma si se tercia, por ser completamente insensibles. Vosotros, no sabéis lo que pedís.
Y yo os increpo toda una vida de renegar del sentir. Alguno podrá argumentar que nunca he sentido, que no sé de lo que hablo. Mentira. Sí lo he hecho, una única vez en mi vida, y la daría por repetirlo.
Me encontré de pronto, solo, en un mar de hielo abrasador. Tenía todos los músculos del cuerpo contraídos, me zumbaban los oídos, no percibía ni frío ni calor, solo odio, SABÍA que era odio. Notaba una fuerza titánica corriendo por mis venas hasta mis extremidades, me erigí en mente capaz incluso de vencer a Marduk.
Como vino se fue. Me quedé aislado, en mitad de un cráter de hielo, hombre nefando.
Ahora ya es todo gris, como siempre ha sido.
Mis intentos de dar color clavando entre mis uñas y carne pedacitos afilados de madera, retorciendo y desgarrando mi carne hasta que la sangre me resbala por los dedos únicamente tiñen de rojo el papel sobre el que escribo.
Mi mirada torva sólo suplica.